11 Jun 2019

BY: Lucia.Moreno

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Unos 168 millones de niños y niñas son víctimas del trabajo infantil, es decir, casi 1 de cada 10 niños en todo el mundo. Es por ello por lo que cada 12 de junio celebramos el “Día mundial contra el trabajo infantil» con el fin de fomentar y coordinar las iniciativas en la lucha contra el trabajo infantil y concienciar acerca de la magnitud de este problema.

El término “trabajo infantil” suele definirse como todo trabajo que priva a los niños de su niñez, su potencial y su dignidad, y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico. Este tipo de trabajo, pone en riesgo a los menores y viola tanto el derecho internacional como las legislaciones nacionales. De este modo, se incluyen:

  • Las peores formas de trabajo infantil, tales como la esclavitud, o prácticas similares, y el uso de niños en la prostitución u otras actividades ilegales.
  • El trabajo hecho por los niños menores de la edad legal para ese tipo de tareas.
  • Un trabajo que ponga en peligro el bienestar físico, mental o moral del niño, ya sea por su propia naturaleza o por las condiciones en que se realiza, y que se denomina «trabajo peligroso».

De ninguna manera es responsabilidad de los niños el estar trabajando. Por lo contrario, su papel se enfoca en disfrutar de esos espacios dignos de las etapas de juego, imaginación y creación, pero esto se nubla cuando se les quita la libertad con la explotación en el trabajo. Además, se les priva del juego, actividad necesaria en la niñez para aprender a socializar, a integrarse y a desempeñarse en la vida. En definitiva, se les niega la oportunidad de ser niños.

Además de todo lo anterior, la principal consecuencia del trabajo infantil es perpetuar el círculo vicioso de la pobreza. No poder acceder a la educación por tener que trabajar, o solo acudir a clase irregularmente, acaba perpetuando la pobreza. Del mismo modo, la pobreza también tiene efectos en el desarrollo cognitivo de los más pequeños, aumentando el fracaso escolar. No solo se ve afectada la posibilidad de ascenso social hacia puestos laborales mejor remunerados, sino que los patrones de conducta social permanecen inalterables y se seguirá viendo el trabajo infantil como normal e inevitable.

Igualmente, los niños y niñas no han acabado de desarrollarse completamente, por lo que son más vulnerables físicamente. Los que se ven obligados a trabajar, pagan las consecuencias enfermando más a menudo, teniendo accidentes y empeorando su salud significativamente e incidiendo en mayores tasas de mortalidad.

No es infrecuente que sufran maltratos y abusos por parte de sus empleadores o por otras personas en el curso de sus actividades.

Sin embargo, las consecuencias en la salud de los niños trabajadores no se quedan solo en lo físico. A nivel psicológico, también sufren efectos negativos, empezando por la necesidad de madurar prematuramente y no poder desarrollar las actividades propias de la infancia. Al final, esto provoca a medio-largo plazo que los afectados tengan una baja autoestima, problemas de adaptación social, trastornos del comportamiento e incluso desarrollen adicciones a diversas sustancias.

Por todo lo mencionado, “el trabajo infantil condena al niño a un presente angustioso y a un futuro sin esperanza, hunde sus raíces en algunos de los aspectos más vergonzosos del comportamiento humano. Es una lacra que puede y debe pasar a la historia” (UNICEF, 2001).

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