18 Jun 2019

BY: Lucia.Moreno

Blog / Psicología clínica

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Los problemas del estado de ánimo no se pueden trivializar pues además de ser de los más frecuentes en la población (según datos de la OMS, 1 de cada 6 personas sufrirá depresión a lo largo de la vida, siendo estos problemas actualmente la 3ª causa de discapacidad en el mundo occidental) generan a las personas un sufrimiento y malestar real, con muchas repercusiones en otras áreas de su vida.

Os planteamos una cuestión ¿consideráis que existe relación entre el estado de ánimo y la actividad que lleva a cabo la persona? Pues la realidad es que sí.

Cuando nos encontramos tristes, es probable que no nos apetezca hacer la mayoría de las cosas que hacemos en nuestro día a día, como puede ser salir a tomar algo, hablar con nuestros amigos, ver una serie que nos gusta, etc. Pero ¿por qué ocurre todo esto?

Según los estudios, el estado anímico tiene una relación directa con el nivel de actividad. Además, el estado de ánimo no solo influye en la actividad que realizamos, sino también sobre las “ganas” que tenemos de hacer cosas.

A todo ello, se le suma que cuando aumenta la inactividad, también lo hace la probabilidad de aparición de pensamientos negativos (al no estar distraído en otra actividad), cuyo efecto es la retroalimentación el malestar, convirtiéndose en un círculo vicioso.

Así pues, cuando hay un bajo estado anímico, la realización de cualquier actividad supone un esfuerzo enorme para la persona. Este esfuerzo será mayor cuanto peor sea el estado de ánimo y cuanto mayor sea el abandono de actividades, ya que más costará volver a retomarlas.

Este proceso a través del cual empezamos a dejar de hacer cosas “porque no estamos de humor” o “no nos sentimos con ganas ni fuerzas” es lo que explicaría que una persona pueda desarrollar un cuadro depresivo o un Trastorno del Estado de Ánimo.

Un problema del estado anímico bajo o una depresión, como expresión más severa del primero, no aparece porque sí, sino que emerge desarrollándose a partir de las circunstancias de vida de la persona.

Como venimos viendo, si la persona opta por sucumbir al desánimo, cayendo en la inactividad, es probable que su malestar no sólo persista en el tiempo, sino que se incremente. No obstante, nuestro estado anímico inevitablemente se incrementará una vez superado el coste inicial del esfuerzo que supone iniciar la actividad.

De este modo, cuando nos encontramos más tristes y seguimos manteniéndonos activos, saliendo y realizando actividades que nos distraen respecto a lo que nos ha generado ese bajo estado anímico, probablemente ánimo mejore. La “cura” para el bajo estado de ánimo es tratar de mantenerse activo. Es cierto que el mantenerse activo no lo es todo y en muchas ocasiones será necesario dotar a la persona de otras estrategias a través de ayuda profesional que le permitan superar el problema inicial.

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