22 Abr 2019

BY: Lucia.Moreno

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Tirarse de los pelos ¿metáfora o realidad?

“Estaba esperando junto a mis amigos para entrar a clase. Una pestaña apareció en el pómulo de mi mejor amiga, ella la sujetó y dijo: ‘Si la soplo y pido un deseo se cumplirá’. Y como solemos decir, ‘culo veo, culo quiero’, me estiré de una pestaña e hice lo mismo. Desde entonces comencé a tirar de mis pestañas durante casi todos los días. Cada vez fue yendo a más, lo mantuve oculto, me avergonzaba, me daba pánico que alguien se pudiera enterar que hacía esto”

A algunos de vosotros os puede parecer algo extraño, e incluso pensar que lleva a alguien a no poder parar de arrancarse pelo de su cuerpo. Pues bien, este extraño trastorno se conoce como “tricotilomanía”, y como ya os podéis hacer una idea, se caracteriza por la necesidad irresistible de tirarse del pelo, normalmente del cuero cabelludo, las cejas y las pestañas.

Aunque no se trata de un trastorno muy frecuente en nuestra sociedad, se han visto casos en niños desde los tres años, aunque el rango de edad en el que habitualmente comienza el trastorno es aproximadamente en la etapa de los 13 años.

En ocasiones, la persona presenta una sensación de tensión antes de arrancarse el cabello, o también puede sufrir ansiedad si se resiste a realizar el acto de tirar. Durante la realización de la conducta, y posteriormente a la misma, se genera un sentimiento agradable, de placer, alivio y liberación de la tensión, lo que lleva a repetir este acto en otras ocasiones.

A pesar de que las personas que la sufren son conscientes del daño que pueden hacerse al actuar de este modo, son incapaces de parar o controlar este impulso. Además, es habitual que en momentos de estrés lo utilicen como manera de calmarse, por lo que se produce un círculo vicioso que puede causar daños mayores, tanto a nivel físico como psicológico.

Es muy común que durante las primeras fases se intente ocultar, para evitar las criticas externas. Sin embargo, cuando el problema ya está instaurado suele haber un aislamiento de su entorno social.

Las consecuencias son enormes a nivel emocional, pudiendo llegar a producir un sentimiento de tristeza, de culpa y una baja autoestima. Esto a su vez, hace que aumente la ansiedad y el estrés por la falta de amigos y entorno social, lo cual alimenta las ganas de arrancarse el pelo, generando un círculo vicioso del cual es muy difícil salir sin ayuda de un profesional.

En el caso de los adolescentes, las consecuencias a nivel social y emocional se intensifican, pues el desarrollo de la autoestima está en pleno auge, así como la imagen corporal, la confianza en uno mismo y las relaciones íntimas.

Otra consecuencia muy común es que en lugar de aislarse de su entorno, sus relaciones sociales se vuelven problemáticas ya que no quieren que otros lo noten y comienzan a justificar su acción.

Resulta importante para nuestro equipo concienciar sobre este trastorno, demandar el respeto y ayuda terapéutica que merecen las personas que lo sufren. De este modo, si te has sentido reflejado leyendo este post o conoces de alguien que pueda sentirlo, contacta con nosotros, ¡nuestros grandes profesionales te asesorarán sobre el mejor tratamiento!.

25 Mar 2019

BY: Lucia.Moreno

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Drogas y adolescencia ¿Cómo prevenirlo?

Un componente normal del desarrollo adolescente es realizar actividades que implican cierto nivel de riesgo. El deseo de probar cosas nuevas y ser más independiente es sano, pero también puede aumentar la tendencia de los adolescentes a probar las drogas.

Las partes del cerebro que controlan el juicio y la toma de decisiones no terminan de desarrollarse hasta pasados los 20-25 años, lo cual limita la capacidad de un adolescente para evaluar correctamente los riesgos de probar las drogas y lo hace más vulnerable a la presión de otros compañeros. Igualmente, como el cerebro todavía está en desarrollo, es más probable que el consumo de drogas a esta edad perturbe la función cerebral en zonas que son críticas para la motivación, la memoria, el aprendizaje, el juicio y el control del comportamiento.

Las investigaciones han mostrado que los períodos de mayor riesgo para el abuso de drogas son durante las transiciones en la vida de los menores, es decir, el paso del colegio al instituto, a la universidad, e incluso al dejar el hogar familiar.

Gran parte de los pre-adolescentes, a los 12 o 13 años, ya están consumiendo, e incluso abusando de las sustancias. De este modo, pueden considerarse las sustancias como una herramienta que utiliza el adolescente para “encajar” con un grupo de iguales, o para mejorar su nivel de socialización al permitir cierta desinhibición, o en muchos casos como recurso para adaptarse a situaciones nuevas, o dolorosas (rupturas de pareja, separación de padres, adaptación a nuevo instituto…). Además, cuando entran al instituto, pueden encontrarse allí con una mayor disponibilidad de drogas, el consumo por parte de adolescentes mayores que ellos y actividades sociales en las que se consumen drogas.

Por lo tanto, nuestros adolescentes deben aprender a tomar decisiones en relación a las drogas y a su alta disponibilidad en nuestra sociedad, eligiendo entre la abstinencia o el consumo de las mismas con sus consecuencias, en una etapa vital tan crítica.

Las intervenciones preventivas pueden proporcionar las habilidades y el apoyo para mejorar los niveles de los factores de protección de los jóvenes en alto riesgo y prevenir que progresen al abuso de drogas. Esta prevención contra el abuso de drogas empieza cuando los padres aprenden cómo hablar con sus hijos sobre temas difíciles. 

El papel de la familia es clave en la prevención del consumo de drogas a través de la transmisión de valores, actitudes y comportamientos en el desarrollo de los hijos e hijas. Se debe fomentar desde la infancia hábitos de salud, responsabilidad y el desarrollo de una personalidad fuerte y crítica que no dependa de ninguna adicción, para desarrollarse plenamente. Por todo ello, los padres son la influencia más fuerte que tienen los niños. En el caso de los adolescentes, resulta más complicado, pues como bien se sabe, es un periodo de rebeldía especialmente ante los padres. Aunque tratar este tema no implica garantías de que su hijo no consumirá drogas, existe menor probabilidad de que pase.

Pero, como padres puede no resultar fácil tratar un tema de este tipo y más con un menor en plena adolescencia. ¿Qué os traemos desde Aigolocis para facilitar esta tarea? Pues bien, os vamos a enseñar dos recursos que podéis usar con menores de diferentes edades.

El primero de ellos es “En el bolsillo de tu pantalón”, un relato dirigido a niños y niñas que se encuentran en la etapa de la pre-adolescencia, creado por CEAPA (Confederación Española De Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos). Su objetivo es ofrecer recursos educativos a los menores para enseñarles competencias que les hagan menos vulnerables al consumo, facilitando la labor preventiva a través del ocio y los hábitos saludables (Haga click en el título del cuento para descargarlo)

En segundo lugar, para adolescentes y jóvenes, la Fundación Salud y Comunidad, ha lanzado una nueva aplicación gratuita para móviles Android denominada Run4Fun-EPF, cuyo objetivo es concienciar sobre los riesgos asociados al uso, abuso y mezcla de sustancias psicoactivas.

La aplicación, consiste en un entretenido juego en el que un personaje que recorre diferentes estancias (una universidad, la ciudad, una discoteca…) tiene la posibilidad de ingerir sustancias psicoactivas (alcohol, cannabis, cocaína, éxtasis…), así como elementos oponentes, es decir, alimentos o acciones que contrarrestan los riesgos de su consumo: comida, hidratación y descanso.

Las sustancias psicoactivas se incorporan como “poderes especiales”, de tal manera que cada vez que el personaje las “consume” aparece un mensaje de alerta sobre la sustancia que se acaba de consumir y los cambios que se producen en los parámetros corporales (presión arterial, temperatura corporal y ritmo cardíaco), así como las consecuencias en el rendimiento académico y en la actividad personal.

11 Mar 2019

BY: Lucia.Moreno

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11 de Marzo: 15 años de conmoción

Los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid golpearon duramente a los afectados y a sus familias. En este, perdieron la vida 192 personas y más de 1.800 resultaron heridas. Pero las bombas que explotaron impactaron también gravemente en la sociedad española, en especial a la madrileña. El pánico, la depresión y el estrés postraumático afectó a cientos de personas. Pero… 15 años después ¿nos hemos recuperado de ello?

Hoy 11 de marzo, se celebra el Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo con el objetivo de homenajear y acompañar a las víctimas de atentados terroristas, así como para reivindicar y luchar contra este fenómeno.

El terrorismo es una grave problemática que está muy presente en nuestra sociedad, acabando con la vida de muchas personas en todo el mundo. En los últimos años, una diversidad de atentados terroristas han tenido lugar en distintos puntos de Europa: París, Niza, Berlín, Estocolmo, Barcelona… Ante esto, se nos plantean diferentes cuestiones ¿qué consecuencias tiene un acontecimiento terrorista sobre las personas que lo padecen?

Tras la vivencia de un suceso traumático son habituales los síntomas de ansiedad, estrés, desesperanza, miedo, confusión… y un largo etcétera. Esta sintomatología es normal, es como se suele decir “respuestas normales ante situaciones anormales”. Pero cuando estos síntomas se mantienen en el tiempo, y no se recibe una atención psicológica adecuada, pueden surgir distintas problemáticas de índole psicológica, siendo la más frecuente, aunque no la única el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT)

El TEPT es una respuesta sintomatológica que una persona desarrolla después de haber estado expuesta a un suceso altamente estresante, debido a que ha amenazado su integridad física o su vida, o la de otras personas. La violencia sexual, los de ataques físicos, los asaltos, los secuestros, el abuso sexual infantil, el ser testigo de la muerte o de lesiones graves a otra persona, y el saber de la muerte o del asalto violento a un familiar o amigo cercano, son sucesos estresantes susceptibles de producir TEPT.

Los que no han vivido estas tragedias en primera persona también sufren y cuanto más traumática sea la situación, más personas se verán afectadas psicológicamente. Y eso fue lo que ocurrió con los atentados del 11-M: de las más de 13.000 llamadas telefónicas atendidas por los psicólogos, un 60% eran de ciudadanos con síntomas de ansiedad que no conocían a ninguna de las víctimas. El acontecimiento traumático puede compararse a una piedra arrojada en un estanque. Así, origina ondas que no sólo afectan a las víctimas propiamente dichas, sino también a aquellos que están cerca de ellas. Se trata de un efecto onda y de un efecto contagio.

La onda expansiva de un suceso traumático actúa en círculos concéntricos. En el primer círculo se encuentran las víctimas directas. El segundo círculo está constituido por los familiares, que tienen que afrontar el dolor de sus seres queridos y readaptarse a la nueva situación. Y puede haber un tercer círculo, correspondiente a los compañeros de trabajo, a los vecinos o, en general, a los miembros de la comunidad, que pueden quedar afectados por el temor y la indefensión ante acontecimientos futuros.

Como ya hemos dicho, todas son respuestas normales. La mayoría de las personas que estuvieron implicadas directamente tanto en el atentado de hace quince años, como en otros tantos, años después lo ha superado. Desde la psicología positiva están evidenciando que la respuesta más común ante una experiencia traumática, aún de corte delictiva, es la resiliencia (capacidad de afrontar la adversidad saliendo fortalecido de ella), seguida de la recuperación. Pues solo entre el 5 y 10 por ciento puede seguir teniendo ansiedad, trastorno depresivo o estrés postraumático. No obstante, tanto en aquellas personas más resilientes, como en las que existen importantes secuelas emocionales y físicas, resulta fundamental la ayuda profesional con el fin de superar el suceso traumático, así como para preservar la salud mental.

25 Feb 2019

BY: Lucia.Moreno

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¿Mentiras piadosas o patológicas?

María estaba harta de que su marido no dijese la verdad. Le engañaba sobre cualquier cosa: lo que le apetecía comer, sus series favoritas, la hora a la que se levantaba, sobre qué había cenado…Lo hacía con gran naturalidad, parecía un profesional de la mentira, pero la realidad es que era un mitómano. Muchos os preguntaréis qué es eso, pues bien, seguid leyendo este post e iréis encontrando las respuestas.

¿Creéis que somos mentirosos por naturaleza? El 70% de la población sí, pero hay un 30% que es honesta hasta puntos insospechados. El reto es detectar a estas personas, pero también a ese 10% que siempre es mentiroso.

Desde pequeños nos enseñan que no hay que mentir, tenemos el ejemplo de que cada vez que mentía, a Pinocho le crecía la nariz; al pastorcillo nadie le hizo caso cuando realmente vino el lobo; así como, un pueblo entero alabó el traje inexistente del emperador hasta que un niño rompió el engaño. La moraleja de no decir mentiras y optar siempre por la verdad es un tema recurrente en la literatura desde muy temprana edad, y entonces ¿por qué mentimos?

“La mentira es la forma más simple de autodefensa”, decía la escritora y filósofa del siglo XX Susan Sontag. Se pueden mentir por muchos motivos, puede ser por el temor a las consecuencias de nuestros actos, para culpar a otra persona, por no querer asumir responsabilidades, por no enfrentarnos a problemas propios, para ocultar algo, así como, para conseguir una ventaja sobre otra persona o para obtener un beneficio que, diciendo la verdad, se duda de poder alcanzar. La mentira y el engaño son instrumentos para conseguir objetivos.

Sin embargo, mentir no es extraño. Muchas personas mienten, en mayor o menor medida. ¿Cuál es la diferencia entre la mentira considerada normal y la mentira patológica?

Cuando mentir se convierte en un hábito y es la única forma de relacionarnos con los demás, hablamos de MITOMANÍA.

La mitomanía, también denominada pseudología fantástica es un trastorno del comportamiento por el cual la persona afectada, tiene una conducta repetitiva del acto de mentir con la más absoluta naturalidad, lo que le proporciona una serie de beneficios inmediatos, como admiración o atención inmediata. Se trata de la invención consciente y demostrable de acontecimientos difícilmente comprobables y de falsedades desproporcionadas por cuya fabulación el protagonista no obtiene una ganancia aparente más que la aceptación de los demás y compensar sus bajos niveles de autoestima. Es un trastorno infrecuente que puede asociarse a otras patologías, particularmente a trastornos de personalidad.

El verdadero fin es deformar la realidad para contar una historia personal más llamativa. Al principio esas narraciones logran su efecto, cautivando a quien le escucha, que es lo que en definitiva mantiene esta conducta, además del miedo a ser descubierto.

Existen mitómanos muy conocidos como Enric Marco, que afirmó ser víctima del nazismo y haber estado en un campo de concentración, o el caso de Alicia Esteve que dijo estar en las torres gemelas en 2001 y llegó a representar a una asociación de víctimas de los atentados del 11 de septiembre. También es famoso el caso de Jean-Claude Romand quien se hizo pasar por médico e investigador de la Organización Mundial de la salud, y que con el fin de evitar el sufrimiento de saber que había mentido a su familia, acabó matándoles a todos.

No se debe confundir la mitomanía con la simulación, en la que el sujeto es plenamente consciente de los relatos que cuenta y de sus acciones. En la mitomanía se llega a un punto en que aunque se quiera, no se puede dejar de mentir pues ni siquiera es plenamente consciente de estar haciéndolo.

En definitiva, los mitómanos adoptan una posición que les hace parecer más importantes, afortunados, ricos o inteligentes. En una mitomanía el contenido y extensión de las mentiras son desproporcionadas, intentan crear una nueva y falsa identidad que llega incluso a creérsela. Inventa un mundo alternativo donde es el héroe, todos le quieren, y aborrece el mundo real, del que se aleja más y más cada día, sin embargo, como decía Alexander Pope, “el que dice una mentira no se da cuenta del trabajo que emprende, pues tiene que inventar otras mil para sostener la primera”.

31 Dic 2018

BY: Lucia.Moreno

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La muerte silenciada de los suicidios

¿Por qué nos suicidamos? «El suicida no quiere dejar de vivir, quiere dejar de sufrir. Cree que va a sufrir siempre con la misma intensidad y piensa en acabar con la vida. Tiene cierto sentido, porque eso no es vida. Pero el suicidio es una solución radical para un problema temporal»

Cada año entre 3.600 y 3.700 personas se suicidan en España: esto supone 10 muertes al día; 2,5 cada hora. El suicidio sigue siendo la principal causa de muerte no natural en nuestro país, produciendo el doble de muertes que los accidentes de tráfico, 13 veces más que los homicidios. Además, son muchas más las personas que lo intentan, algunos expertos hablan del doble. Sin embargo, esta epidemia no abre telediarios, se trata de un tema que durante años se ha considerado tabú pero ¿por qué?

Existe la teoría de que dar cobertura en los medios de comunicación a un acto suicida incrementa el número de suicidios que se producen después. No obstante, el silencio en torno a este problema también provoca que ciertos mitos se mantengan en el tiempo y, sobre todo, que la población general no sepa identificar ni actuar adecuadamente cuando el riesgo de suicidio está cerca.

Igualmente, esta falta de información hace que muchas personas tengan unas creencias equivocadas sobre lo que puede llevar a una persona a suicidarse. Hay que destacar que no sólo los trastornos mentales aparecen como factores de riesgo, se considera que un 10% se debe a circunstancias vividas en el momento de realizar la conducta suicida, tales como conflictos sociales, desempleo, violencia, pobreza, enfermedades terminales, crónicas, etc.

Además, el suicidio se encuentra rodeado de mitos que todos hemos oído alguna vez:

    • El suicida quiere suicidarse. Quien se suicida no quiere morir, y mucho menos matarse. Quiere dejar de sufrir y no ve esperanza de hacerlo. Por eso ve la muerte como única salida. Hay que ayudarle para que salga de esa ‘visión de túnel’.
    • Quien lo dice no lo hace y quien lo hace no lo dice. La gran mayoría de los suicidios vienen precedidos por señales de alerta, a las que, en muchas ocasiones, o no se les presta la debida atención o se banalizan. Toda amenaza o ideación debe considerarse un riesgo.
    • Quien se quiere suicidar no lo intenta, lo hace. Nadie desea realmente su propia muerte, por lo que existe una ambivalencia hacia la vida que, sabiendo abordarla, puede atraer hacia ella aun a los casos más decididos.
    • El suicida es un cobarde (o un valiente). El suicidio no tiene nada que ver con la cobardía o la valentía, sino con el sufrimiento y la desesperanza.
    • Hablar de suicidio aumenta su riesgo. Hablar de suicidio es liberador para la persona que lo piensa. De la misma forma que hablar de suicidio de la forma adecuada en los medios, sensibiliza a la población, disminuye su estigma y promueve su prevención.

    Por ello, pensar en el suicidio no lleva a una persona a suicidarse, ni siquiera aunque haya problemas psicológicos o psiquiátricos. Es más, es normal que si escuchamos una noticia de un acto autolítico, todos pensemos más en ello, pero eso dista mucho de que lleguemos a tomar la decisión de quitarnos la vida y la llevemos a cabo. Tenemos que normalizar que nuestro pensamiento se centre más en este tema después de noticias tan impactantes pero, igual que oír hablar de robos no nos lleva a robar aunque estemos económicamente mal, oír hablar de suicidios tampoco nos lleva a suicidarnos aunque no estemos pasando por un buen momento anímico.

    Todos estos mitos contribuyen al estigma que tanto las personas con conducta suicida como sus familiares pueden sentir y que les lleva a no solicitar ayuda. De este modo, queremos citar lo mencionado por la enfermera Amparo González “el día que se pueda decir que un familiar ha muerto por suicidio de la misma manera que se dice que ha muerto por un infarto, se habrá dado un paso fundamental en eliminar el estigma que también afecta a las familias y que las condena a un doble duelo, el dolor de la pérdida y el de no poder hablar de ella”.

    Por todo esto, queremos concluir que el suicidio se puede prevenir. Es necesaria una estrategia integral de prevención que se materialice en acciones concretas, y no se quede solo en un diseño en papel, pues el suicidio es un problema lo suficientemente grave como para pensar que si no se habla de él va a desaparecer.

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