31 Dic 2018

BY: Lucia.Moreno

Sin categoría

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La muerte silenciada de los suicidios

¿Por qué nos suicidamos? «El suicida no quiere dejar de vivir, quiere dejar de sufrir. Cree que va a sufrir siempre con la misma intensidad y piensa en acabar con la vida. Tiene cierto sentido, porque eso no es vida. Pero el suicidio es una solución radical para un problema temporal»

Cada año entre 3.600 y 3.700 personas se suicidan en España: esto supone 10 muertes al día; 2,5 cada hora. El suicidio sigue siendo la principal causa de muerte no natural en nuestro país, produciendo el doble de muertes que los accidentes de tráfico, 13 veces más que los homicidios. Además, son muchas más las personas que lo intentan, algunos expertos hablan del doble. Sin embargo, esta epidemia no abre telediarios, se trata de un tema que durante años se ha considerado tabú pero ¿por qué?

Existe la teoría de que dar cobertura en los medios de comunicación a un acto suicida incrementa el número de suicidios que se producen después. No obstante, el silencio en torno a este problema también provoca que ciertos mitos se mantengan en el tiempo y, sobre todo, que la población general no sepa identificar ni actuar adecuadamente cuando el riesgo de suicidio está cerca.

Igualmente, esta falta de información hace que muchas personas tengan unas creencias equivocadas sobre lo que puede llevar a una persona a suicidarse. Hay que destacar que no sólo los trastornos mentales aparecen como factores de riesgo, se considera que un 10% se debe a circunstancias vividas en el momento de realizar la conducta suicida, tales como conflictos sociales, desempleo, violencia, pobreza, enfermedades terminales, crónicas, etc.

Además, el suicidio se encuentra rodeado de mitos que todos hemos oído alguna vez:

    • El suicida quiere suicidarse. Quien se suicida no quiere morir, y mucho menos matarse. Quiere dejar de sufrir y no ve esperanza de hacerlo. Por eso ve la muerte como única salida. Hay que ayudarle para que salga de esa ‘visión de túnel’.
    • Quien lo dice no lo hace y quien lo hace no lo dice. La gran mayoría de los suicidios vienen precedidos por señales de alerta, a las que, en muchas ocasiones, o no se les presta la debida atención o se banalizan. Toda amenaza o ideación debe considerarse un riesgo.
    • Quien se quiere suicidar no lo intenta, lo hace. Nadie desea realmente su propia muerte, por lo que existe una ambivalencia hacia la vida que, sabiendo abordarla, puede atraer hacia ella aun a los casos más decididos.
    • El suicida es un cobarde (o un valiente). El suicidio no tiene nada que ver con la cobardía o la valentía, sino con el sufrimiento y la desesperanza.
    • Hablar de suicidio aumenta su riesgo. Hablar de suicidio es liberador para la persona que lo piensa. De la misma forma que hablar de suicidio de la forma adecuada en los medios, sensibiliza a la población, disminuye su estigma y promueve su prevención.

    Por ello, pensar en el suicidio no lleva a una persona a suicidarse, ni siquiera aunque haya problemas psicológicos o psiquiátricos. Es más, es normal que si escuchamos una noticia de un acto autolítico, todos pensemos más en ello, pero eso dista mucho de que lleguemos a tomar la decisión de quitarnos la vida y la llevemos a cabo. Tenemos que normalizar que nuestro pensamiento se centre más en este tema después de noticias tan impactantes pero, igual que oír hablar de robos no nos lleva a robar aunque estemos económicamente mal, oír hablar de suicidios tampoco nos lleva a suicidarnos aunque no estemos pasando por un buen momento anímico.

    Todos estos mitos contribuyen al estigma que tanto las personas con conducta suicida como sus familiares pueden sentir y que les lleva a no solicitar ayuda. De este modo, queremos citar lo mencionado por la enfermera Amparo González “el día que se pueda decir que un familiar ha muerto por suicidio de la misma manera que se dice que ha muerto por un infarto, se habrá dado un paso fundamental en eliminar el estigma que también afecta a las familias y que las condena a un doble duelo, el dolor de la pérdida y el de no poder hablar de ella”.

    Por todo esto, queremos concluir que el suicidio se puede prevenir. Es necesaria una estrategia integral de prevención que se materialice en acciones concretas, y no se quede solo en un diseño en papel, pues el suicidio es un problema lo suficientemente grave como para pensar que si no se habla de él va a desaparecer.

24 Dic 2018

BY: Lucia.Moreno

Peritaje Penal

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¿Cómo es la mente de un psicópata?

Algo no va bien en nuestro tiempo cuando seguimos inmersos en discusiones bizantinas. Personas normales, desde luego, no lo son: entienden la diferencia entre el bien y el mal, pero disfrutan haciendo el mal, viven para hacer el mal, y eso no es muy normal que digamos”. (Sanmartin, 2010).

Pues bien, si existe una conformación de personalidad patológica que los datos empíricos han correlacionado con alta probabilidad delincuencial, y especialmente de contenido violento, esa es la PSICOPATÍA (Monahan y cols., 2001).

¿Qué es realmente la psicopatía? Podemos entenderla como “un trastorno de la estructura de personalidad fruto de una conformación anómala de rasgos temperamentales que puede expresarse con desajustes comportamentales diversos” (Muñoz-Vicente, 2011). Ha resultado de enorme interés en el ámbito de la psicopatología criminal y forense, pues tiene una elevada probabilidad de vulnerar la normativa social y, por tanto, de entrar en colisión con el sistema judicial (Vaughn, Howard y DeLisi, 2008). Además, el psicópata tiene tres veces más de probabilidades de reincidencia delictiva y el doble de probabilidad de riesgo de criminalidad violenta (Hare, 2003)

El psicópata tiene exacerbados los componentes cognitivos (posee una inusual destreza para percibir el estado emocional del otro e incluso puede asumir su perspectiva) lo que le pone en una situación privilegiada para identificar a los sujetos vulnerables (víctimas propiciatorias). Igualmente, cuenta con amplio repertorio de habilidades de manipulación, tiene una gran capacidad interpretativa, con carácter seductor y persuasivo (González, y González-Trijueque, 2014). Son magníficos manipuladores de los demás, utilizándoles como meros objetos para conseguir sus propios objetivos.

Sin embargo, carece de la capacidad para experimentar la emoción que el otro está sintiendo (componente afectivo). En definitiva, el psicópata es capaz de comprender las consecuencias de sus actos, pero es incapaz de sentir los efectos de los mismos, por lo que la probabilidad de expresión de conductas violentas severas es muy alta (insensibilidad a las señales de dolor y sufrimiento de la víctima). Analizan los sentimientos de una forma totalmente fría, racional y calculadora. Igualmente, existe una falta de remordimiento por su conducta, suele haber una tendencia a la reiteración en la violación de los derechos de los otros y una racionalización de sus actos, los cuales, desentonan con sus verbalizaciones de arrepentimiento.

Fuente: González, y González-Trijueque (2014)

Pero, ¡ATENCIÓN! Todos estos datos no nos deben hacer caer en la visión simplista de entender la psicopatía como sinónimo de criminalidad, ¿por qué?

No todos los delincuentes son psicópatas. Es un error identificar psicopatía con delincuencia, si bien es muy fácil caer en este error si no atendemos los aspectos interpersonales y afectivos que se acaban de comentar.

No todos los psicópatas caen en la delincuencia. En este caso, los psicópatas son auténticos camaleones capaces de adoptar el camuflaje social más conveniente a sus intereses en cada momento, abusando emocionalmente en muchas ocasiones de las personas de su entorno para así lograr sus deseos sin tener que recurrir a actos delictivos (González, y González-Trijueque, 2014).

No todos los psicópatas son criminales violentos.

Una vez que conocemos las principales características de un psicópata, puede venirnos a la cabeza la pregunta de si ¿un psicópata nace o se hace? Uno de los autores más destacados en el estudio de la psicopatía es Robert Hare, el cual, en uno de sus libros más destacados (“Sin conciencia”) sostiene que los psicópatas nacen, no se hacen. Las investigaciones apuntan a que la psicopatía tiene rasgos genéticos (el distinto desarrollo en algunas zonas del cerebro). No obstante e indudablemente, el ambiente puede influir exacerbando el comportamiento de una persona con psicopatía.

Entonces… ¿qué podemos hacer para protegernos de individuos con personalidades psicopáticas? ¿son efectivos los tratamientos que se realizan en instituciones penitenciarias? ¿es posible la reinserción? Si deseas conocer la respuesta a estas preguntas, no te pierdas los próximos posts.

Referencias:

  • González, R. R., y González-Trijueque, D. (2014). Psicopatía: Análisis criminológico del comportamiento violento asociado y estrategias para el interrogatorio. Psicopatología Clínica Legal y Forense, 14(1), 125-149.
  • Hare, R. D. (2003). Sin conciencia. El inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean. Barcelona: Paidós
  • Monahan, J., Steadman, H. J., Silver, E., Appelbaum, P. S., Robbins, P. C., Mulvey, E. P., … y Banks, S. (2001). Rethinking risk assessment: The MacArthur study of mental disorder and violence. Oxford University Press.
  • Muñoz-Vicente, J. M. (2011). La Psicopatía y su Repercusión Criminológica: Un modelo Comprehensivo de la Dinámica de Personalidad Psicopática. Anuario de Psicología Jurídica, 21, 57-68.
  • Sanmartin, J. (2010). Prólogo al libro de Pozueco, J. M. Psicópatas integrados: Perfil psicológico y personalidad. Madrid: EOS Colección Psicología Jurídica.
  • Vaughn, M., Howard, M. O. y DeLisi, M. (2008). Psychopathic personality traits and delinquent careers: An empirical examination. International Journal of Law and Psychiatry, 31, 407–416
09 Dic 2018

BY: Lucia.Moreno

Peritaje de Familia

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Mediación familiar ¿qué ocurre cuando hay violencia de género?

La mediación familiar es un procedimiento extrajudicial establecido para la resolución de conflictos.

La mediación en el contexto judicial surge como una alternativa que pretende modificar la paradoja de intentar resolver el conflicto mediante el enfrentamiento. Ofrece una alternativa de afrontar las diferencias de otra forma, más próxima a la manera habitual de resolver los conflictos, pues devuelve al padre y a la madre el poder de la decisión sobre la resolución de la crisis conyugal favoreciendo soluciones de mutuo acuerdo.

La utilización de la mediación en asuntos de familia está más que justificada y nadie duda de sus virtudes. La bibliografía nos informa de que en los procesos contenciosos, minimiza el trauma vivido y las parejas que la siguen en el juzgado están más satisfechas.

Así, la propia legislación introduce la mediación familiar en la Ley 15/2005, de 8 de julio, por la que se modifican el Código Civil y la Ley de Enjuiciamiento Civil en materia de separación y divorcio, y donde se incluyen normas concretas que albergan el sometimiento a mediación de determinadas cuestiones en materia de familia.

El objetivo primordial es que los progenitores comprendan las necesidades de sus hijos y se comprometan a seguir determinadas pautas que se establecen para salvaguardar el bienestar de los menores. Se debe prestar atención a la comunicación activa, es decir, a la escucha del otro progenitor sin contestar de forma agresiva sino asertiva, llegando a puntos y nexos de unión entre ambos.

Los beneficios que tiene la mediación son múltiples, pues favorece el cumplimiento de los acuerdos ya que el acuerdo lo generan los implicados y no un tercero (como ocurre en los juzgados), ahorra tiempo y dinero, en relación a los trámites judiciales.

Del mismo modo, no hay perdedores, pues todas las partes ganan, ya que ellos acuerdan lo que más beneficios les aporta. La flexibilidad está presente siempre en el proceso, y las personas son libres de poner fin a la mediación en el momento en que lo deseen. Igualmente, como hemos mencionado, disminuye la ansiedad y el malestar asociado al conflicto reduciendo el coste emocional, puesto que, en el proceso se genera empatía y disminuye la tensión, logrando reducir el conflicto entre progenitores, aumentar la conciliación y la cooperación.

Pero ¿se puede mediar cuando existe Violencia de Género?

Es una pregunta interesante, pues en aquellas parejas donde surge violencia, junto con la cuestión penal que emana del propio acto violento, se suscitan frecuentemente asuntos propios del orden civil (desacuerdos que afectan al ejercicio de las responsabilidades parentales, al establecimiento de las relaciones paterno-filiales tras la separación, a las contribuciones económicas o el reparto de los bienes…). Es en la resolución de estos asuntos, donde consideramos que determinadas parejas, donde ha existido una denuncia por violencia de género, pueden beneficiarse de las ventajas de la mediación. ¿Es posible mediar?

La Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, en adelante LO 1/2004, prohíbe expresamente, en su artículo 44, la mediación en aquellos casos en los que son competentes los Juzgados de Violencia sobre la Mujer, tanto en el orden penal como en el orden civil.

Esta prohibición se justifica, básicamente, por varias razones: en primer lugar, desde un punto de vista formal, por la existencia de medidas de alejamiento, cautelares o impuestas en sentencia; y, en segundo lugar, desde un punto de vista material, por la enorme desigualdad en relación con lo que en mediación se entiende por desequilibrio de poder. Además, puesto que, al fin, se ha dado el paso de extraer del núcleo familiar el problema de la violencia sobre la mujer hacia el ámbito público, podría constituir un retroceso sociológico notable y, sobre todo, se correría el riesgo injustificable de someter a la mujer maltratada a un proceso de victimización secundaria, unido al ya producido por el proceso judicial, y profundizar aún más en el desequilibrio y desigualdad en las relaciones.

Del mismo modo, la violencia es también incompatible con la neutralidad e imparcialidad del mediador puesto que el mediador no puede permanecer indiferente ante aquellas situaciones de desigualdad, dominio, desequilibrio de poder, y, mucho menos, ante el temor, la coacción o el miedo y con la confidencialidad, pues la persona mediadora está obligada no sólo a suspender la mediación sino a poner los hechos en conocimiento de las autoridades.

En resumen, la mediación no es la alternativa para la gestión de todos los conflictos familiares y, desde luego, es incompatible en las situaciones de violencia.

03 Dic 2018

BY: Lucia.Moreno

Peritaje Laboral

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¿Qué se entiende por mobbing?

El empleo es, en general, uno de los núcleos fundamentales en la constitución del individuo, tanto personal como social. El trabajo sitúa a las personas en un grupo de pertenencia desde el que define parte de su personalidad, afinidades, gustos y preferencias. Además, proporciona una seguridad económica, aunque según los estudios necesitamos trabajar por algo más que por dinero, y es porque también es un camino para la realización personal, la satisfacción con uno mismo y la felicidad.

Vamos a imaginarnos una situación: estás en tu entorno laboral, tienes un despacho amplio, compañeros con los que mantienes una buena relación, y un jefe con el que igualmente tienes un trato cordial. Cada vez vas notando como te van demandando más y más tareas (sin que estés en un pico de trabajo de la empresa), incluso, en algunas ocasiones te parecen tareas inútiles o que están por debajo de tu cualificación. Piensas que es algo pasajero y las terminas realizando. Llega un día en que sin ninguna causa aparente, te separan de tu grupo de trabajo, te quitan tu despacho y te ponen una mesa en un pasillo, ¡a partir de ahora ese será tu lugar habitual!. Siguen pasando los días, notas como compañeros, con lo que ya hemos dicho te llevabas aparentemente bien, no te dirigen la palabra, además, notas que hablan de ti. Igualmente, empiezan a llegar rumores completamente falsos sobre tu vida privada. ¿Qué está pasando? Todos coincidiremos en que este entorno no es el más idóneo para la “realización personal, la satisfacción con uno mismo y la felicidad” tal y como mencionábamos anteriormente.

Aunque de modo muy simplificado (sin atender a criterios por ejemplo de duración) esta situación entraría dentro de lo que se conceptualiza como mobbing, acoso moral o acoso psicológico en el trabajo.

El término “mobbing” se ha utilizado para describir una situación en la que una persona o un grupo de personas ejercen una violencia psicológica extrema en el lugar de trabajo de forma persistente, con la finalidad de destruir las redes de comunicación de la víctima, su reputación, perturbar el ejercicio de sus labores y lograr que esta persona acabe abandonando el lugar de trabajo.

Según los datos examinados, el 11% de los profesionales españoles reconoce haber sufrido algún tipo de conducta violenta en el trabajo. Se trata de acciones que se dan con frecuencia en todos los países y ocupaciones, pues cualquiera puede ser víctima del mobbing.  Tiene consecuencias importantes sobre la salud de los trabajadores, llegando a convertirse en uno de los principales motivos para sufrir depresión, ansiedad, estrés, conductas de riesgo, nerviosismo, dolores de cabeza o problemas para conciliar el sueño. Aunque no solo tiene consecuencias para el trabajador afectado, pues también influye en el núcleo familiar y social de la víctima, tiene efectos en la organización laboral pues se trata de una situación que afecta al desarrollo del trabajo pudiendo provocar una disminución de la cantidad y calidad del trabajo; así como a la comunidad en general, con altos costes en la asistencia a enfermedades o de las pensiones de invalidez.

En España, además la situación es más determinante, pues el 56% de las empresas no dispone de un procedimiento formal para afrontar la violencia en el trabajo. Paradójicamente, son los sectores más afectados por este tipo de acciones (Sanidad, Educación y Servicios Sociales), los que registran mayor número de planes para afrontar el acoso laboral.

Las conductas de hostigamiento más comunes suelen ser la difusión de rumores, seguidas de provocar un aislamiento hacia el trabajador, agresiones verbales e incluso físicas, ataques a la vida privada, etc.

Contrariamente a otras contingencias similares como el bullying, no es necesaria la existencia de un desequilibrio de poder o de estatus entre el acosado y el acosador. Es por ello, por lo que existen diferentes tipos de acoso psicológico en el ámbito laboral, como puede ser el que realizan los trabajadores que se encuentran en una posición superior (acoso descendente), entre compañeros que están en una posición similar a la del trabajador acosado (acoso horizontal), e incluso una mezcla de ambos (acoso mixto). De forma menos frecuente, se da el acoso ascendente donde son los que se encuentran en un rango jerárquico superior los que son víctimas del acoso psicológico laboral.

Confirmar si es o no acoso laboral es una cuestión que sólo le corresponde al juez y no al perito psicólogo. La labor del psicólogo forense sería describir la existencia o no de dicho fenómeno, atendiendo a variables de intensidad, gravedad y duración; y en poder establecer un nexo entre las conductas de acoso que describe el trabajador y la posible psicopatología desarrollada a raíz de las mismas.

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